En la sociedad de consumo de masas, las multinacionales del ocio y del negocio explotan sin vergüenza ni compasión las pasiones del público, sus debilidades, sus manías. “Consúmete consumiendo” -imperan-, aunque disimulen su mandamiento con halagos.
El amor se envilece, vuelto “lujuria” (palabra fuera de uso), reducido a la mercancía contante y sonante del sexo procura-orgasmos; la autoestima y el amor propio se reducen a narcisismo; se explota la envidia en forma de emulación para vender más; el público se vuelve perezoso creyendo que la felicidad se puede alcanzar tumbado en el sofá, manejando el mando a distancia…, ávido de bienes inútiles, de artefactos innecesarios, de placeres menudos, de emociones prefabricadas. El público infantil es glotón, y las autoridades sanitarias ponen tarde el grito en el cielo a causa de la obesidad mórbida, que se extiende como una plaga.
Los adolescentes se cabrean fácilmente en cuanto se les exige algo que no les gusta. A veces, se pegan o se matan por puro aburrimiento. La curiosidad se fusila a base de transparencia. Se sobrevalora la sinceridad y la tolerancia, donde la sensatez, la verdadera valentía o la prudencia, brillan por su ausencia.
Lo peor no es el alcoholismo juvenil amparado por nuestras autoridades en botellones multitudinarios, lo peor es que el vocabulario moral, imprescindible para distinguir el bien del mal, lo útil de lo inútil, lo conveniente y digno, de lo inconveniente e indigno, incluso lo bello de lo feo, se ha reducido a ordinarieces. Así, nuestras “criaturas” alcanzan a distinguir lo que “les raya” y lo que “les pone”, “lo chungo” de “lo de puta madre”. Entienden que “lo alucinante” y “lo morboso” es guay, pero no entienden ya el significado de hermosas palabras como “magnanimidad”, “sobriedad”, “austeridad” o “benevolencia”. El decoro les raya; la templanza les suena a represión o “trauma”. Expresiones que han formado parte de nuestra educación moral durante siglos, “gula”, “lujuria”, “pusilanimidad”, “temeridad”, “liberalidad”, “frugalidad”… les resultan tan oscuras como el húngaro.
Avaricia. grabado de Jacques Callot c 1618-25 |
Toda la moral cristiana, incluso aquella que no procedía directamente del Antiguo y del Nuevo Testamento, sino del humanismo clásico, como la que distingue entre los “pecados capitales” y las virtudes que los compensan o limitan como excelencias del carácter moral, se ha ido al traste en una generación, aún no sabemos por qué, porque las virtudes cardinales son tan paganas como cristianas, seculares y perfectamente laicas, humanistas avant la lettre.
Para colmo, su memoria cuelga de su embobada inteligencia como un músculo inútil. Ellos no han memorizado como nosotros la fábula de Las Moscas, muertas por su glotonería en el panal de rica miel, ni saben de La Hormiga y La Cigarra, así que tampoco comprenden que la laboriosidad pueda tener su recompensa, frente a la juerga incesante del Cigarra cantamañanas.
Si la tecnología -también en la educación elemental- se traga del todo las enseñanzas del Humanismo y de la Ilustración, los medios sólo reproducirán banalidades, vanidades y sandeces. Necesitamos restaurar a toda prisa el saber que se transmite mediante narraciones edificantes y fábulas morales, el temor al mal, el amor al bien.
Para recordar viejas verdades preparé dos presentaciones que he explotado en clase con mi alumnado de segundo de Secundaria. Cualquiera las puede ver o descargar desde la página Ethos de mi Sofoteca
Si la tecnología -también en la educación elemental- se traga del todo las enseñanzas del Humanismo y de la Ilustración, los medios sólo reproducirán banalidades, vanidades y sandeces. Necesitamos restaurar a toda prisa el saber que se transmite mediante narraciones edificantes y fábulas morales, el temor al mal, el amor al bien.
Para recordar viejas verdades preparé dos presentaciones que he explotado en clase con mi alumnado de segundo de Secundaria. Cualquiera las puede ver o descargar desde la página Ethos de mi Sofoteca
Grabado de Jacques Callot c. 1618-1625 |
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