martes, 12 de septiembre de 2017

LENGUAJE, PENSAMIENTO Y GÉNERO

Diciendo lo mismo no pensamos igual


Las lenguas no son repertorios de palabras, cada una de las cuales corresponde a una cosa. Las lenguas no son nomenclaturas y el lenguaje no es un calco de la realidad. Esa es una visión ingenua. 

Cada lengua organiza de un modo particular la experiencia. Se podría decir que cada lengua tiene su propia filosofía, su particular concepción del mundo, implícita en su vocabulario y su gramática. Los franceses distinguen entre “fleuve”, río que desemboca en al mar, y “rivière”, afluente de un río, y entre sueño de dormir (sommeil) y sueño de soñar (rêve). Nosotros, sin embargo, distinguimos entre “ser” y “estar”; en francés, ambas nociones se expresan mediante el verbo être. Para nosotros no es lo mismo “ser malo” que “estar malo”, ni “ser buena” que “estar buena”. Tampoco para los franceses, pero ellos establecen la distinción entre salud, moral y estética, de otro modo. El español distingue entre bosque, madera y leña, donde los franceses usan la misma palabra: “bois”…

Cada lengua organiza la experiencia de un modo particular. Podríamos decir que cada lengua supone una interpretación distinta del mundo, un mundo que sin duda es distinto para un habitante del desierto y para un habitante de la jungla (jungla de árboles o “jungla de asfalto”). La necesidad obliga, y es posible que una persona que se mueve entre árboles y hojas verdes durante toda su vida, distinga muchos más tipos de verde, de hojas y de árboles, que nosotros, y tenga más palabras para ello que nosotros. La realidad le exige esas distinciones, pero la cultura que cuenta con expresiones diferentes ayuda también a discriminar lo distinto y a percibir diferencias. Los hablantes bilingües modifican su visión del mundo en función del idioma que usan o del idioma en que piensan.

La forma en que pensamos influye en nuestro idioma, pero también ocurre que el idioma que usamos influye en la forma en que pensamos el espacio, el tiempo o las relaciones con los demás. El nombre propio personaliza. Si no usamos el nombre propio de las personas próximas, si nos referimos al compañero o compañera como “tío”, “tía”, “tronco”, “tronca”, etc., acabará siendo fácil que les tratemos como cosas, cosas que pueden sustituirse fácilmente por otras cosas o que pueden usarse como instrumentos, instrumentalizarse para nuestros fines egoístas. 

Piensa mejor quien habla un lenguaje mejor; y solo quien sabe explicar bien qué es algo, conoce su esencia. No es posible comprender bien algo y no saber decir qué es ese algo. Somos el animal que da nombre a las cosas y dice lo que son, pero también somos el animal capaz de equivocarse y mentir, de decir lo que las cosas no son, involuntaria o voluntariamente. A una persona le puede “sonar” una palabra, puede sentirla como familiar, sin embargo únicamente la comprende bien si sabe definirla con otras palabras, relacionándola así con otros conceptos.


Sexismo lingüístico

De manera vulgar u ordinaria, a una cosa que nos aburre la llamamos “coñazo”, y a una que nos sorprende gratamente la llamamos “cojonuda”. Es evidente que esos apelativos suponen una diferencia de aprecio, seguramente inconsciente, respecto del sexo femenino y del masculino. Cuando identificamos a una “mujer pública” con una prostituta, estamos también suponiendo que el espacio público y publicitario, el espacio de la política y del poder político, son propios (o propiedad) del varón, mientras que la mujer debe recogerse, necesaria u obligatoriamente, en el ámbito privado del hogar o de la cocina, manteniéndose subordinada al hombre. Son casos de sexismo lingüístico tradicional, que conviene conocer y superar. También es posible el sexismo icónico (v. infra). Es lo mismo que cuando decimos “trabajé como un negro”, damos por hecho que son las personas de ese color de piel las que deben trabajar más o más duro: una suposición racista…

Las psicólogas Eleanor Maccoby y Carol Jacklin demostraron que tendemos a soltar más tacos y palabras malsonantes delante de un nene que delante de una nena, como si el primero tuviera que soportar un lenguaje más violento que la segunda. Sin querer, reforzamos la actividad masculina y la pasividad femenina. Así que el activismo de los varones y la pasividad de las mujeres puede ser una característica más cultural que biológica. 

En niños y niñas de dos años apenas hay diferencias en cuanto a la tendencia a ser miedoso/a, a depender de otras personas o a ser altruista (generoso/a). Los padres tienden a hablar de las niñas como delicadas, bonitas y débiles; y de los niños, como fuertes, inteligentes y robustos. Es obvio que las expectativas de los padres influyen en el modo en que los hijos se ven a sí mismos.

El lenguaje es la casa del varón y de la mujer

En cierto sentido, somos lo que decimos, el lenguaje nos constituye, porque lo que (nos) decimos es lo que pensamos. Construimos nuestra personalidad interiorizando lo que oímos hablar y discutir a otros. El lenguaje es la casa (y a veces la cárcel) de signos y símbolos en que los humanos –a diferencia de los animales- habitamos. Si la casa está en mal estado, si usamos el lenguaje para amenazarnos, humillarnos o insultarnos, la casa ya no es un lugar seguro en que vivir, y es posible que renunciemos al diálogo (al dar y recibir razones), 
para resolver nuestros conflictos a palos o a tortazos.

Dicen que Jantipa, su mujer, fue la única
que le ganó en vida una discusión a Sócrates


El idioma que hablamos clasifica las cosas en masculinas y femeninas. Así, los medios de comunicación rápidos y fuertes como el avión y el tren son masculinos; mientras que los más lentos y frágiles, como la avioneta o la bicicleta, son femeninos. Se trata de “micromachismos” que van forjando nuestra forma de pensar. Cuando un artilugio “adquiere importancia” puede cambiar de género pasando de femenino a masculino: eso ha sucedido con la “computadora”, que ahora llamamos “ordenador”, o con la Red de Redes (Wide World Wet), la Internet, a la que cada vez más gente cambia de género: “tengo internet gratuito”…

El lingüista George Lakoff ha constatado en sus experimentos como los hombres interrumpen más a las mujeres cuando conversan, que éstas a aquéllos. Los hombres manifiestan lo que quieren de forma directa, mientras que las mujeres lo hacen más indirectamente. También parece que las diferencias de género se atenúan con la edad. Con los años, muchas mujeres pasan a ser más enérgicas, competitivas e independientes, atreviéndose a decir lo que piensan y quieren; mientras que los varones pueden permitirse el ser pasivos, sentimentales y dependientes… Es como si dejaran desarrollarse en la madurez y vejez una faceta de sí mismos (estereotipable como femenina) que han mantenido reprimida durante la juventud.

Se ha podido probar que el lenguaje afecta incluso a la edad con la que los niños y niñas se hacen conscientes de su sexo, es decir, adquieren una identidad de género. En 1983, Alexander Guiora, de la Universidad de Michigan, comparó tres grupos de niños que hablaban hebreo, inglés y finés. El hebreo marca el género en un gran número de casos gramaticales; incluso el pronombre “tú” se dice de modo distinto según el género. En finés, no existe distinción entre géneros; y el inglés, unas veces distingue y otras no. Pues bien, Guiora halló que los niños que se criaban en ambientes de habla hebrea averiguaban su propio sexo un año antes que los niños fineses, mientras que los ingleses lo hacían en un tiempo intermedio.

Acertijo

“Rodolfo viaja en un coche que conduce su padre. De repente, el vehículo choca con otro y el padre muere en el acto. Rodolfo es ingresado en un hospital entre la vida y la muerte. Es intervenido inmediatamente, pero al verlo, la persona que le va a operar exclama: ¡No puedo hacer esto: es mi hijo!”.

¿Cómo es posible?

Sexismo y alta tecnología

El sexismo no está reñido con la tecnología más avanzada. En 2004 salió un móvil 3G que permitía ligarse a una novia virtual, subiendo de nivel de relaciones a medida en que uno iba colmándola de atenciones, flores y diamantes. No existía una versión para ellas. El juego tuvo un gran éxito en el mercado oriental.

Cuchicheo masculino

La antropóloga Margaret Mead descubrió que las mujeres tchambulis se afeitaban la cabeza, se reían de forma franca y eran agresivamente eficientes a la hora de proveer de alimentos a la comunidad. Mientras, los hombres tchambulis se dedicaban al arte y pasaban mucho tiempo peinándose y cuchicheando sobre el sexo contrario…

Cuestiones

1. ¿Son las lenguas nomenclaturas, calcos de la realidad? 2. Influye el lenguaje que usamos en la forma en que pensamos? 3. Cuando te diriges a tus compañeros y compañeras, ¿usas su nombre propio? 4. ¿Qué es el sexismo lingüístico? ¿Y los micromachismos? Busque ejemplos distintos de los que ofrece la entrada. 5. ¿En qué sentido somos lo que decimos? 6. ¿Afecta el lenguaje que hablamos a nuestros sentimientos? ¿Y a la construcción del género o al reconocimiento del sexo? 7. Comente las dos ilustraciones de esta entrada. 8. ¿A qué se refiere el feminismo con el concepto de “invisibilidad femenina”? 9. Se ha probado que las mujeres parpadean más y sonríen más? ¿Son estas diferencias innatas o aprendidas?

Textos para el comentario

A. “Cuenta la escritora canadiense Margaret Atwood, con gran ironía y sentido del humor, que cuando estudiaba en la universidad, en los años 60 del pasado siglo, no encontraban mujeres para los puestos de responsabilidad en su facultad -a pesar del predominio femenino en la misma-, tuvieran los títulos que tuvieran. Es cierto que, en las últimas décadas, las cosas han cambiado, y mucho si se compara. Sin embargo, hay que preguntarse hasta que punto sigue funcionando una opacidad que impide ver a las mujeres reales, y qué mecanismos siguen actuando para hacer invisibles sus vidas y sus obras”. Esther Rubio Herráez. “La invisibilidad de las mujeres en la ciencia, una cuestión de androcentrismo” .

B. “En castellano existen los participios activos como derivado de los tiempos verbales. El participio activo del verbo atacar es “atacante”; el de salir es “saliente”; el de cantar es “cantante” y el de existir, “existente”. ¿Cuál es el del verbo ser? Es “ente”, que significa “el que tiene entidad”, en definitiva “el que es”. Por ello, cuando queremos nombrar a la persona que denota capacidad de ejercer la acción que expresa el verbo, se añade a este la terminación “-nte”. Así, al que preside, se le llama “presidente” y nunca “presidenta”, independientemente del género (masculino o femenino) del que realiza la acción. De manera análoga, se dice “capilla ardiente”, no “ardienta”; se dice “estudiante”, no “estudianta”; se dice “independiente” y no “independienta”; “paciente”, no “pacienta”; “dirigente”, no dirigenta”; “residente”, no “residenta”. Y ahora, la pregunta: nuestros políticos y muchos periodistas (hombres y mujeres, que los hombres que ejercen el periodismo no son “periodistos”), ¿hacen mal uso de la lengua por motivos ideológicos o por ignorancia de la Gramática de la Lengua Española ? Creo que por las dos razones”.

Este texto circula por la Internet bajo el título “Carta de una profesora”.


Bibliografía

Lera Boroditsky. “Lenguaje y pensamiento”. Investigación y Ciencia, abril 2011. Pgs. 41-43.

André Martinet. Elementos de lingüística general. Madrid, 1974.

Luis Muiño. “Micromachismos. Las prácticas imperceptibles de dominación masculina”. Muy Interesante, nº 351, agosto 2010.


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