martes, 12 de septiembre de 2017

HABILIDADES PARA EL DIÁLOGO

"Diálogo". Foto JBL, 17 de mayo 2019.


Muchos chicos y chicas de secundaria e incluso de bachillerato no saben cómo dirigirse a sus compañeros, a sus padres o a los profesores, no saben cómo dialogar constructivamente o expresar clara, pacífica y educadamente, sus sentimientos y emociones, de ahí que los comuniquen mediante impertinencias, coces, insultos, manotazos, amenazas, imposiciones, exclamaciones e improperios. ¡De algún modo tienen que expresarlos!

Tal vez sea esto lo que ven muchas veces en la tele o escuchan en sus casas. En ciertos espectáculos televisivos, la gente amenaza, se difama, miente e insulta, pero “la sangre no llega al río”, todo es ficción y entretenimiento, y el Coyote resucita después de haberse reventado persiguiendo al Correcaminos: terrorismo íntimo, maltrato doméstico, acoso, violación, homicidio, asesinato… son tan frecuentes en el monitor que ilumina el corazón de nuestros hogares, que hemos perdido la sensibilidad para la compasión, la piedad y el dolor. Tan habituados estamos a ver sufrir a otros que ya no nos afecta: “ese no es mi problema, tío”.

La generación anterior no ha sabido o no ha tenido tiempo para transmitir buenas formas y comportamientos piadosos a las nuevas generaciones. Se tolera lo intolerable y se confunde la igualdad con la anarquía, la tolerancia con la complicidad y la libertad con el abandono, bajo el lema general de “mi gusto es lo justo”. No me gusta tal o cual asignatura, luego no vale…

Sin embargo, también el estudiante joven es responsable de su propia formación, educación e instrucción. Nada importante se consigue sin esfuerzo. Tomando decisiones y llevándolas a efecto, uno se labra un carácter hecho de hábitos saludables y buenas costumbres, como dar los buenos días, pedir las cosas por favor, agradecer los servicios prestados, interesarse por el bienestar de los demás, etc.

Puntualidad, capacidad de concentración y atención, sentido del orden, laboriosidad, comprensión lectora, buena expresión oral y escrita, habilidades para la conversación inteligente y el razonamiento lógico no son cualidades que caigan del cielo, salgan mágicamente del ordenador o se improvisen. Uno debe ejercitarse en ellas durante largos años de aprendizaje. Requieren atención, tiempo y la aplicación de algunas reglas básicas.

A la memoria de una converrsación.
Vicente Ballester Zaragozá, 1984



Algunas reglas prácticas pueden ser útiles. Y sobre todo es imprescindible aplicarlas, porque, sin la restauración de los buenos modales y cierta elegante cortesía, el trabajo de instrucción educativa resulta imposible.

1. No des órdenes, pide las cosas por favor. Los profesores no son locutores televisivos que puedas borrar de tu pantalla con un mando a distancia. Tampoco son familiares tuyos, ni payasos que ganen dinero por divertirte o “motivarte”.

La recomendación general es que debes -o debe usted- tratarlos de usted, por cinco razones al menos: porque todavía no han comido en el mismo plato que usted, porque son sus mayores, porque saben más que usted y porque, además de sus padres, también las profesoras y profesores son responsables de su educación. Y sobre todo porque, al contrario que los demagogos y publicistas, ellos de verdad quieren tu bien. Aunque las verdades que te cuentan te molesten a veces, el profesorado no está empeñado en “comerte el coco”, sino en devolvértelo, en que no “te coman otros el coco”, en que seas dueño de ti mismo.

2. No se queje continuamente, nadie aprecia a los “quejicas” y todo el mundo prefiere estar y conversar con caracteres alegres y personas positivas.

3. Dé las gracias cuando le respondan a una pregunta, le faciliten un instrumento, le aclaren un problema, le concedan la palabra, le feliciten por su santo o cumpleaños, le deseen buena salud…

4. No mienta. La mentira es un delito de lesa humanidad. Respete la verdad, o lo que usted cree que es verdad, pues puedes estar equivocado y la verdad se dice de muchas maneras y admite distintas perspectivas. No afirme tajantemente sin pruebas ni razones. Porfíe si cree que está en lo cierto, pero no jure. No acuse a los demás, y no le atribuya delitos sin estar completamente seguro de que está en lo cierto. Es malo que un malvado cometa una atrocidad y quede impune (sin castigo), pero es mucho peor que un inocente “pague el pato” por lo que no ha hecho.
Sin el amor desinteresado a la verdad, no hay ciencia que valga.

No acuse de mentirosos a los demás ni exclame sin absoluta certeza “¡es mentira!”; preferible decir “no es cierto”, resulta menos ofensivo, porque atribuirle la mentira a un semejante es achacarle -como se ha dicho- un delito contra la humanidad.

5. Sea pertinente. No se salga del tema que se explica o discute, no se ande por las ramas ni se deje arrastrar por sus caprichos, ni se salga por “los Cerros de Úbeda”. Procure referirse a cuestiones que sean de interés general. El instituto y sus autoridades académicas no tienen nada que ver con su vida privada, ni tienen por qué ajustarse a sus gustos, creencias y opiniones, así que no se enrolle demasiado.

6. Exprese correctamente sus puntos de vista. No improvise sus intervenciones y no se haga ni el tonto ni el sabio.

7. Respete los puntos de vista de los demás, particularmente de la profesora o del profesor, pues su perspectiva es más amplia y está mejor fundada en general que la de usted, tienen más experiencia y han dedicado una importante parte de su vida al estudio. No sea innecesariamente agresivo ni dogmático. Tampoco es bueno poner en duda cuanto a uno le dicen.

8. Mire a los interlocutores cuando hablan, escúchelos y présteles atención, si quiere a cambio que le presten la suya. Retenga sus argumentos y posiciones de modo que pueda luego recordarlos y usarlos, incluso para ponerlos en duda o criticarlos.

Ejercicios

1. Esquematice esas ocho reglas y complete con otras hasta diez.
2. Distinga las que aplica usted rutinariamente en su conversación de las que no.
3. Comente el dibujo que ilustra esta entrada.

Comentario de texto:

Del tú al usted

Hay un tú familiar, afectuoso y cálido, que nos llega en la voz del otro como una mano tendida hacia el corazón; pero hay otro tú agresivo, insolente, procaz y desconsiderado, que desafía la urbanidad y se cuela de malos modos en la conversación rompiendo las reglas del trato. ¿Es que ya no existe el usted? El usted no es una antigualla, como quieren hacernos creer los falsos igualitaristas del idioma.
Al tratar de usted a una persona venimos a ofrecerle el presente de nuestra modestia y nuestra discreción al tiempo que mostramos respeto a su edad, su intimidad o su derecho a mantener distancia con nuestros usos y costumbres. Frente a la grosería del tú invasor, el usted es una forma civilizada de ese pacto social según el cual reconocemos la dignidad del otro. El tuteo arrojadizo, no pactado, es como un aviso de que a partir de ahí nos arrogamos el derecho de cometer cualquier desmán sobre la persona del tuteado, puesto que damos por hecho que en cierto modo nos pertenece.
El malentendido proviene de un erróneo sentido de la llaneza, que no es sinónimo de democracia sino de aldeanería. Cuando a las primeras de cambio alguien se dirige a nosotros hablándonos de tú, conviene ponerse en guardia por si las moscas. No tardará en levantarnos la voz, en conminarnos a actuar según sus pautas de comportamiento, en curiosear impúdicamente en nuestra vida o en meterse hasta la cocina. No: el usted no es un fósil, sino todo lo contrario. Si la sociedad moderna y civilizada se sostiene en el respeto a la libertad ajena, la mejor forma de trabar conocimiento con los otros sin romper el acuerdo de la dignidad propia de cada uno es hablarle de usted. Luego, ya se verá.
El único tú tolerable es el conquistado con el trato cordial, la demostración continua de afecto y buenos modos y el descubrimiento de una complicidad de gustos o intereses.
José María Romera. Juego de Palabras.

Nota: Agradezco al artista Vicente Ballester Zaragozá el permiso de usar uno de sus dibujos como ilustración de esta entrada.

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