martes, 12 de septiembre de 2017

QUIÉN SOY YO

¿Es el yo una representación?


CONSCIENCIA E INCONSCIENTE

La pregunta “qué soy yo” debemos hacerla a los físicos y a los químicos, pues nuestro cuerpo está hecho de materia, de agua fundamentalmente; también a los biólogos, pues somos una forma de vida entre los millones (plantas, hongos y animales) que pueblan la tierra.

Pero la pregunta más difícil de contestar es quién soy, o sea, la pregunta por el ser personal con nombre propio, apetitos, caprichos, deseos, emociones, sentimientos, pasiones, recuerdos, imágenes, fantasías, ideas, ideales, proyectos y frustraciones…

Soy una mente, un alma, un espíritu. Pero ¿qué hay en estas cosas, que no son cosas, pues no se pueden tocar, ni oler, ni mirar? Soy una intimidad , la forma más interior y permanente de este cuerpo, en que se condensan, amontonan y organizan sensaciones, datos y representaciones, en que se organizan signos y símbolos.

Me constituye el lenguaje: el que entiendo, el que hablo, el que uso para reflexionar o hacer planes… Pero mi mente no habla el mismo lenguaje cuando está despierta que cuando está dormida. Por eso, los psicólogos (quienes estudian la mente y la conducta humana) distinguen entre la consciencia y el inconsciente.

El yo y la vida consciente son un brote tardío de la evolución de la vida inconsciente.
¿Tienen consciencia los animales? En cualquier caso, menos que nosotros. Es difícil atribuir a los animales sentimientos de culpa, intenciones malvadas o placeres estéticos.

Puede que la forma original del yo fuese una conciencia de grupo, vinculada a lazos afectivos, de apego. La vida y el alma existieron antes que el yo, como un inmenso océano sobre el que el yo logra mantenerse a flote, como si fuese un náufrago o una frágil embarcación. Ese abismo oceánico nos absorbe durante el sueño; los neuróticos no paran de achicar agua para no hundirse en su fondo, los psicóticos pueden sufrir cómo ese barco del yo se parte en dos o en más partes.

SUEÑO Y VIGILIA

Responda a las siguientes preguntas:

1. ¿Cuál es su primer recuerdo infantil?
2. ¿Cuál es su mayor dificultad actual?
3. ¿Cuál es su mayor temor?
4. ¿Qué imágenes o situaciones afloran más frecuentemente en sus sueños?
5. ¿Qué haría usted si no tuviera esa dificultad?




Al contrario que la de nuestro inconsciente, la memoria de nuestra consciencia sólo abarca la experiencia que se extiende a unos pocos decenios y se apoya en la memoria individual. La conquista de la conciencia es la conquista más grande de la humanidad pero también supone una dura carga. Debe estar en armonía con las necesidades de la vida inconsciente, y esto no es fácil. Las exigencias de la vida consciente siempre suponen el control y represión de ciertas tendencias primitivas.
Para el psicólogo Jung, armonizar la vida consciente con la inconsciente exige reflexionar sobre los propios sueños, para volver a uno mismo, al “alma inconsciente y única de la humanidad”. Jung pensaba que, además del sueño, la más poderosa y espontánea de todas las actividades espirituales es la actividad religiosa, “mucho más arraigada en el hombre moderno que la sexualidad o la adaptación social”.

La conciencia es intermitente, discontinua, sólo ocupa entre la mitad y dos tercios de la duración de la vida humana. De hecho, son pocos los momentos en que se es realmente consciente.

HIJOS DE LA PENURIA

El yo integra la percepción de la posición que ocupa el cuerpo en el espacio y el tiempo, las sensaciones de frío, calor, hambre…, la percepción de los estados afectivos (tristeza, alegría, vergüenza, rabia…), y una enorme masa de recuerdos.

Jung pensaba que el elemento esencial es el estado afectivo, y por eso la conciencia del yo es más aguda e intensa cuando estamos dominados por una pasión o un afecto. Es posible que la conciencia naciera de un afecto doloroso, de un golpe en la cara, de un hecho inesperado o del choque con alguna costumbre.

En efecto, con la costumbre y familiaridad, nuestros placeres y gratificaciones pierden su intensidad y sus “cualidades maravillosas”, se disipan gradualmente y después se marchitan en la preconciencia. Eso explica por qué somos psicológicamente inconscientes de nuestra buena suerte actual o por qué sólo apreciamos la salud o el agua cuando nos faltan.

Nuestra experiencia consciente del dolor predomina sin duda sobre la del placer. “Dolores, privaciones, quejas, frustraciones y refunfuños fuerzan su camino hacia la conciencia mucho más prestamente que nuestras gratificaciones” (Abraham Maslow). O sea, que la consciencia del dolor y la desgracia es más intensa y clara que la del placer y la felicidad. El bienestar nos “atocina” y entontece, mientras que el dolor nos despabila. Como si la conciencia no hubiese sido, al menos en su origen, sino un mecanismo para luchar contra la carencia y el desequilibrio. El sufrimiento es hijo de la penuria, pero del dolor procede la conciencia.

La definición hedonista y mediática de la felicidad como placer y seguridad es falsa, ya que la felicidad real implica necesariamente riesgos y dificultades… Esto está muy bien expresado en la siguiente fábula de Juan Eugenio Hartzenbusch:

“LA PENA Y EL PLACER

Después de haber andado
el placer de la pena separado,
Júpiter, para dar a los mortales
porción igual de bienes y de males,
hizo ante sí venir al par opuesto.
Eran entrambos del estado honesto:
Júpiter, pues, con ocasión tan buena,
va y al placer le casa con la pena.
No se ha visto por vivos ni difuntos
matrimonio mejor: siempre van juntos.

Aviso a quien leyere:
tema quien goce; quien padezca, espere.”

En efecto, sólo aprecia plenamente una gratificación quien ha experimentado previamente un periodo de frustración y de anhelo, como goza el que bebe agua después de haber sufrido mucha sed. Es afortunado quien ama a los miembros de su familia y a sus amigos, o tiene hijos con los que llorar a causa de sus problemas, aunque eso signifique inevitablemente preocuparse, velar por ellos, y sufrir todo su dolor, además del propio. La conciencia, incluso la conciencia de la propia felicidad, es hija del sufrimiento. Quien sabe lo que es sufrir, fácilmente es consciente también del dolor ajeno, y por eso se muestra compasivo con su prójimo.

Beethoven se torturaba con su música. Sin embargo, ¿quién no quisiera ser un Beethoven? O, de forma más general, ¿quién renunciaría al privilegio de crear música eterna a causa del dolor transitorio de la creatividad? Después de todo, es posible evitar todos los problemas de la vida, vivir una existencia de tranquilidad y paz semejante a las vacas, sin ninguna dulzura de ningún tipo. Esto puede realizarse fácilmente con una lobotomía prefrontal o ingiriendo continuamente alcohol, narcóticos o tranquilizantes”. Maslow. “La psicología de la felicidad”, 1964.

DISFRUTAR CON LOS PROBLEMAS

Así pues, debemos aprender a disfrutar de las “miserias de la vida superior”, la vida de la consciencia, los dolores del parto, del desamor y de la creatividad, afrontar y tomar como un desafío los problemas reales (no los falsos problemas o los temores imaginarios), con la seguridad de que su resolución nos proporcionará una felicidad y una satisfacción de la que jamás podrá gozar ningún animal. Exagerando tal vez, el gran filósofo John Stuart Mill dijo una vez que él prefería ser desgraciado como un ser humano a ser feliz como un cerdo.

En cualquier caso, la vida personal, al contrario que la vida animal, es un continuo problema. La consciencia debe elegir, incluso si no elige, ya elige. Y cuando uno o una toman una decisión, corren, claro, el riesgo de equivocarse. Por eso se ha dicho que el hombre, al contrario que el animal, no tiene vida, sino que ha de hacerse una biografía. Yo soy lo que hago conscientemente, lo que decido ser, o sea, mi biografía.

Pero vivir, para los seres humanos (animales políticos por excelencia) es convivir, el yo no es nada sin el tú, sin el nosotros. Sin los otros, que aceptan mis requerimientos y ponen en cuestión continuamente al yo, que corrigen mis puntos de vista y limitan mis pretensiones, el yo se diluye en el aburrimiento, la soledad, la locura, el vacío vivencial o una vida idiotizada.
Preocuparse de algo que valga la pena es, ciertamente, mucho mejor que no tener nada ni nadie de qué o quién preocuparse.

OLVIDARSE DEL YO (¡QUÉ ALIVIO!)

Por ejemplo, preocuparse de algo fuera de uno mismo significa olvidar el yo. Esto es en sí mismo un agradable estado de conciencia. “No tener nada fuera de uno mismo que suscite el interés, la pasión o la preocupación significa estar simplemente adormecido en el regazo del propio ensimismamiento, que puede ser el estado emocional más infeliz de todos” (Maslow).

CUESTIONARIO DE ADLER

Si ha respondido usted al cuestionario de más arriba, ahora podrá reflexionar sobre sus respuestas. Se trata del cuestionario de Adler, un famoso psicoanalista.
Su respuesta a la pregunta 1 muestra cuál es su punto de vista, si su actitud en general es activa o pasiva, bloqueada o abierta, competitiva o resignada.
La respuesta a 2 expresa la orientación actual de su carácter, índice inequívoco de su predisposición neurótica. La 3, la orientación hacia el futuro del sujeto, el sentido de sus expectaciones. EL análisis onírico de 4 refiere a la exploración del inconsciente, no tanto de lo reprimido cuanto de las dificultades y amenazas que se sienten como reales.
Por último, la pregunta de las tres ws. (en alemán: Was würden Sie machen, wenn…) descubre las verdaderas tendencias del sujeto, pues si las dificultades y temores (2., 3.) fuesen irreales, al imaginar que han cesado puede el sujeto manifestar deseos profundos y no neurotizados. Adler recomendaba a sus pacientes que orientasen su comportamiento de acuerdo con la respuesta a esta quinta pregunta.


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