martes, 12 de septiembre de 2017

AUTOCONTROL


¿Qué es mejor, dejarse llevar por los impulsos o controlarse?, ¿ser “natural” y espontáneo, o “educado” y comedido?, ¿nos conviene decir lo primero que se nos antoja, o debemos de hablar después de haber pensado mucho lo que vamos a decir? 

Hay quien habla para pensar, y quien no se decide a expresar sus sentimientos, aunque éstos sean los mejores sentimientos…


Características de impulsivos y reflexivos


La columna de la izquierda corresponde a características
de los primarios o impulsivos; la de la derecha, a las de los reflexivos

Los antiguos vikingos pensaban que manifestar ira, tristeza o temor les debilitaba, haciéndoles vulnerables, así que aprendían desde chicos a reprimir la expresión de estas emociones, pues no es posible reprimir del todo las emociones mismas. Preferían, como un sabio estoico, permanecer imperturbables. Los antiguos caballeros japoneses, llamados samuráis, también cultivaban el autodominio; como los espías de todas las épocas, para no delatarse.

El autocontrol permite dirigirse sin distracciones a la meta. El autocontrol es imprescindible para poder concentrarse en una tarea y llevarla a cabo eficazmente.

En sociedades muy comunitarias, en las que son muy fuertes los vínculos familiares y es muy alta la interdependencia, se fomenta la expresión espontánea de los sentimientos: la gente ríe y llora fácilmente, se queja cuando algo le duele, las personas se tocan o abrazan cuando sienten afecto, ¡o se golpean para expresar su ira!

Conviene ser espontáneo, claro, ¡pero dentro de un límite! Así que andamos indecisos entre dejarnos arrastrar por los impulsos o contenerlos. Oímos por un lado: “sé tú mismo, sé sincero, exprésate”, pero por otro lado: “si haces lo primero que se te ocurra vas a tener problemas”.

Platón comparaba el alma humana a un carro tirado por dos caballos alados, por dos pegasos: uno de ellos representa los impulsos más elementales, el hambre, el sexo, la sed; el otro, más noble, los sentimientos y emociones, la vergüenza, el sentido de la dignidad… En tercer lugar, el cochero (auriga) representa la razón, piloto del alma.

El piloto, el yo consciente, es quien tiene que gobernar, pero no podría llegar muy lejos sin la fuerza de los caballos. Lo que importa no es una de las partes, sino la armonía de las partes, que los caballos troten o corran al unísono y que el piloto no los gobierne tan rígidamente que los vuelva locos. De vez en cuando, hay que dejar que los caballos se relajen, pero no tanto que se pierdan triscando por donde les dé la gana. El caballo más díscolo –el de los apetitos e instintos básicos- debe atenerse al cálculo racional y volverse sobrio y templado; el caballo de los sentimientos tiene que ser valiente; y el cochero, prudente, de este modo, el alma se equilibra, su comportamiento resulta armónico, este es el ideal de un alma justa. La justicia era así considerada por Platón una virtud de virtudes.


También el vuelo y la huida le exigen a la mariposa autocontrol
Iphiclides podalirius (chupaleches)

En la vida práctica, lo que hacemos es modificar nuestra conducta hasta que encontramos el nivel de autorregulación más adaptativo, por ensayo y error. Así, puede que metamos la mano donde no debemos llevados por nuestra curiosidad, en un avispero o en una toma eléctrica, el dolor, gran maestro de la vida, nos enseñará a pensar otra vez lo que hacemos, no dejándonos llevar por la curiosidad…

Según ciertos estudios, casi el 90 % de la gente ha fantaseado alguna vez con matar a alguien. El ser humano puede comportarse muy feroz y cruelmente. La vida social sería imposible si la gente no aprendiese a refrenar moralmente sus impulsos, sobre todo sus impulsos asesinos.

Los límites de lo que se considera correcto expresar en público son diferentes en cada sociedad, pero todas las culturas y sociedades regulan los momentos de autodominio y de descontrol o desmadre. En todas las religiones y tradiciones hay días “fastos” y “nefastos”, días en que uno puede dar rienda suelta a sus deseos (banquetes, ferias, etc.) y días que deber consagrar a la rutina laboral y al cumplimiento de sus obligaciones.

No expresar nunca lo que sentimos puede resultar tan nefasto y suicida como expresarlo siempre.

Entre algunos primates, los individuos de menor jerarquía son los más pendencieros, mientras que los líderes, los jefes, son los más capaces de dominar su agresividad, que sólo emplean cuando es necesario para conservar el orden o el poder.

El autocontrol es la disciplina de la voluntad, y es esta facultad la que nos hace diferentes de los animales, pues podemos diferir hacia el futuro la satisfacción de deseos presentes, intensificando además el goce que dicha satisfacción nos proporciona. Los animales viven en presente, pero nosotros añadimos al presente la dimensión imaginaria del futuro. Sacrificamos placeres presentes, como seguir perreando en la cama por la mañana, por conseguir satisfacciones futuras: un título de secundaria o un bonito salario…

El autocontrol permite a la hormiga de la fábula acumular alimentos en su hormiguero para poder vivir cómodamente durante la estación fría y estéril, mientras que la cigarra, que vive al día, morirá en cuanto llegue el viento del norte… Sin autocontrol, el mundo sería una jungla, pero el excesivo autocontrol y rigidez también puede provocar trastornos psicológicos, como ataques de ira, depresiones; y enfermedades cardiovasculares, como ataques al corazón.

El psicólogo Walter Mischel, en un experimento que se ha hecho famoso, probó la relación que hay entre el éxito social y las habilidades de autocontrol. Reunió a un grupo de niños de cuatro años, les dio un caramelo, les dijo que tenía que salir un momento y que si lo esperaban para comérselo les daría otra chuche. Sólo estuvo fuera unos minutos, pero algunos niños no pudieron esperar y se quedaron sin el refuerzo. Los que no se comieron el caramelo sufrieron por ello, miraban a otro sitio, procuraban pensar en otra cosa, hablaban consigo mismos…

Lo relevante es que el psicólogo siguió la trayectoria personal de estos niños y comprobó que los que no se habían comido el caramelo acabaron siendo más autónomos, responsables, mejor considerados por sus compañeros y mejor adaptados a su entorno, que los impacientes. Su paciencia, su capacidad para posponer la gratificación, les hacía más voluntariosos, más capaces para afrontar retos que requieren esfuerzo, como hacer dietas o dejar de fumar.

El autocontrol de las emociones es pues positivo y comprende:


  • El control de las emociones e impulsos destructivos.
  • Autodominio para resistir las “tormentas” emocionales.
  • Capacidad para gestionar la ansiedad.
  • Capacidad para tranquilizarse y consolarse uno mismo.
  • Capacidad para aplazar las recompensas.
  • Capacidad para canalizar de forma adaptativa las emociones y sentimientos.

Es importante que los cuidadores les enseñen a los niños a controlar sus emociones, pero no a esconderlas, lo que deben aprender es la manera correcta de expresarlas, sacarlas a la luz y lidiar con ellas. Los que descubren la manera de convertir la angustia en algo llevadero son los que pueden esperar. Pero un uso excesivo de la fuerza de voluntad es agotador y puede suprimir gran parte de la alegría de vivir (Walter Mischel).

La mejor estrategia para saber hasta qué punto debemos autocontrolarnos, o qué pulsiones debemos controlar y cuáles desatar o incluso cultivar, es conocerse uno a sí mismo. “Los que tienen mucho pronto” harán bien en volverse más reflexivos mediante actividades que requieran reflexión, como hacer crucigramas o jugar al ajedrez; mientras que los demasiado reflexivos deberán hallar coraje para echarse para adelante cuando la ocasión lo requiera…

En la adolescencia, todos hemos sido o somos impulsivos, pues el lóbulo frontal , responsable del autocontrol, es la parte del cerebro que más tarde madura. Los expertos afirman que no se consolida hasta los veinte años.

El problema de la contención es que requiere mucha energía: ponerse a estudiar y concentrarse, por ejemplo, rechazando las distracciones del entorno, tele, amigos, móvil, música, etc. La mejor manera de disciplinarse es convertir las tareas que requieren voluntad en rutinas, en hábitos. Pasa lo mismo cuando aprendemos a conducir, al principio estamos en tensión y nos cansamos mucho, luego pasa a mecanizarse el control del volante y de los pedales del automóvil, el conductor avezado ya no tiene que pensar, su cuerpo sabe qué debe hacer…

Mida su autocontrol

Conteste con sinceridad a las veinte preguntas siguientes, eligiendo una respuesta del 1 al 5. 0 cuando la frase no es aplicable en absoluto a su persona; 1 si lo es en muy pocas ocasiones; 2 si lo es en ciertas ocasiones; 3 si muchas veces; 4 si casi siempre; y 5 si concuerda completamente con su vida y personalidad.

  1. Mis emociones no se notan a no ser que yo quiera.
  2. Nunca me han reprochado haber dicho ciertas cosas en una determinada circunstancia.
  3. Cuando recuerdo mis actos, me siento orgulloso de mis comportamientos.
  4. Si se presenta una situación nueva o difícil me lo pienso antes de actuar.
  5. Sólo cuento mis asuntos íntimos a personas muy escogidas.
  6. Nadie me considera melodramático y/o teatrero.
  7. En los momentos de tensión, la procesión va por dentro.
  8. No me gusta quejarme, porque creo que hay muchas personas igual o peor que yo.
  9. Mis problemas no afectan a mis ritmos de comidos o sueño.
  10. Cuando me fijo un objetivo, todo lo que digo y hago se dirije a conseguirlo.
  11. Creo que los actos impulsivos generan problemas.
  12. Me disgusta perder el control y por eso procuro no emborracharme.
  13. Tengo problemas de salud -trastornos digestivos y musculares- que pueden ser de origen mental.
  14. No me gusta mezclar el trabajo con el placer.
  15. No me enfado cuando algo frustra mis expectativas (no consigo lo que quiero).
  16. Me resulta fácil cambiar de hábitos si me lo propongo, como dejar de fumar, estudiar más, hacer más ejercicio, comer menos…
  17. Controlo los pensamientos negativos.
  18. Tengo pocos cambios de humor.
  19. Suelo anticiparme a los acontecimientos y planificarlos de antemano.
  20. Pienso lo que voy a decir antes de empezar a hablar.

Sume los puntos. El resultado indica su porcentaje de autocontrol. Por ejemplo, si el resultado es 30, hay en usted un 30% de autorregulación consciente de su conducta y un 70% de impulsividad.

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