miércoles, 22 de enero de 2020

ME ACORDÉ DE CARLA CUANDO LA VI

Leyendo el cuento de Juan Ramón Córdoba León me acordé de dos muchachas estupendas, ex-alumnas mías de bachillerato, que lo tenían todo para madurar y vivir alegres: talento y belleza. Y aún no sé bien por qué cayeron en la anorexia nerviosa, ese temible trastorno de la alimentación que afecta más a jovencitas que a jovencitos, un mal propio de sociedades avanzadas que siembra impotencia, angustia y sufrimiento en muchas familias y almas tiernas. Publico en Solilunio el entrañable cuento de Juan Ramón por si pudiera servir para prevenir tanto dolor, gracias a su poética apelación a ese mirar jocundo, agradecido al milagroso y bellísimo espectáculo de la vida, donde la apariencia engaña y la sustancia y esencia personal son lo que cuenta:

 
Las apariencias engañan. La obsesión por el look, mata.


ME ACORDÉ DE CARLA CUANDO LA VI

Entré al vagón un tanto jadeante y sudoroso (casi pierdo el tren), me senté en el primer sitio que encontré vacío y después de serenarme estudie a mis circunstanciales compañeros de viaje. La chica que estaba frente a mí me escudriñó antes de que yo lo hiciera, ya que al mirarla bajó la mirada y se perdió entre sus jóvenes y bonitas manos. Me quedé mirándola con una cierta indiscreción y sin darme cuenta de que mi postura rozaba la desvergüenza. 

Mi pensamiento estaba distraído en la cara de aquella muchacha, tratando de relacionarla con alguna otra cara conocida. No tardé mucho en compararla, ¡ella se parecía enormemente a Carla!, la compañera de estudio de Laura. De pronto me di cuenta de que mi impertinente mirada la estaba incomodando. Señorita, le dije, disculpe mi indiscreción, la estoy mirando porque su cara me recuerda a la de una amiga mía y en su pensamiento he distraído mi buena educación. No se preocupe señor- contestó sonrojada la muchacha-, y con una sonrisa apartó su mirada hacia la ventana. Yo saqué mi libro de bolsillo tratando de distraerme, aunque no sirvió para apartar de mi mente, no ya a aquella muchacha que viajaba conmigo, sino a aquella otra que me había hecho recordar.

No hace muchos días que durante la cena, Laura nos había contado que Carla sufría anorexia nerviosa y que desde el verano había perdido diez kilos.

No estoy capacitado para navegar por los complicados y laberínticos mares de la mente, sin embargo no creo que nadie aunque proclamara a gritos mis pensamientos los recriminara, ya que estos no son otros que de impotencia, de angustia, de no tener una barita mágica que desvaneciera en la nada una situación tan tremenda y absurda en el mundo de nuestra amiga.

Recuerdo a Carla con su cara cándida y sus atuendos un tanto estrafalarios. No podría decir que es una muchacha bonita en extremo, pero la recuerdo con una belleza de la que me habría enamorado fácilmente de tener su misma edad. Globalmente su persona, su cara, su figura, su atuendo anárquico; todo encaja con los cánones de la mujer que me gusta.

Estoy seguro de que su novio y que otros muchos novios que quisieron serlo, y no pudieron, coincidirían conmigo respecto a ella.

Pero mira cómo son las cosas… De pronto notó que se le había derrumbado su belleza, y ello le llegaba a doler tanto físicamente como un tumor, como un cáncer. Ella empezó a verse absurdamente gorda, y aunque nadie más la veía así, debía de abandonar esa lacra de su cuerpo en cualquier parte; a la vuelta de la esquina, o en cualquier rincón suburbano donde se abandonan las miserias…

Empezó a sentirse cansada de ser el centro de atención, de verse asediada por los ojos largos de los hombres, y habría dado cualquier cosa por recuperar su anterior cuerpo. Desesperada sentía por debajo de su piel unos bichos diminutos y calientes, que cada madrugada recorrían subcutáneamente su cuerpo, acarreándole grasa y más grasa. Era indudable de que aquellos bichos no habían nacido espontáneamente dentro de ella, pero qué más daba, los sentía físicamente en su interior. Entonces para combatir tal situación, no se le ocurrió nada mejor que no alimentarse, que cerrando la boca no daría vida a aquellos inmundos bichos. Alguien tenía que hacer algo para no seguir transmitiendo gordura a su metabolismo. Pero era una lucha cruel, porque de nada sirve cerrar la boca día tras día, y al volver al espejo ver con horror que los animalejos siguen nocturnamente haciendo su labor, lenta, eficazmente y sin descanso.

Pobre Carla… Alguien debería cortar de forma enérgica y radical aquella paranoia. Alguien debería de romper el condenado hechizo, que hace que su espejo le transmita como un espejo de feria, una imagen absurdamente desdoblada.

Miro de nuevo a mi compañera de viaje, la que tanto parecido le encuentro con Carla, y maldigo en silencio a los absurdos bichos que con su poder abstracto, consiguen malograr un cuerpo bonito y una vida joven. 

Si pudiera navegar por los complicados entresijos de la mente, daría lo que fuera para entrar en ella y matar uno a uno a todos los bichos. Gritar desde su interior con toda la fuerza de mi voz, Carla… Carla… Carla…, escucha la lluvia gotear con fuerza sobre tus cristales. Huele el aroma de las flores recién abiertas. Intenta tocar los primeros rayos del tibio sol en un nuevo día. Escucha al grillo veraniego moliendo la soledad con su molinillo destemplado, No te retires decepcionada a una región distante del universo; a una comarca donde pudiéramos olvidarnos de tu hermosa persona. Escucha con unos oídos que han de estar llenos de energía, que la lluvia empezó a gotear con fuerza sobre los cristales, después de que el grillo, queriéndote regalar una balada, se empleara con tanto ahínco que de repente reventó sus cuerdas.

Todo esto y mucho más lo han puesto para ti, tómalo con ansias, con egoísmo desmesurado; porque todo ello es el mejor antídoto contra esos inmundos bichos que crees que te raen, y abre tu boca a los besos de la vida y al pan nuestro de cada día, y a cualquier otro alimento del cuerpo y de tu espíritu. 

Miro de nuevo a mi compañera de viaje, al hacerlo noto como ella también me estaba mirando y esta vez no se sonroja, por un momento tengo la sensación de que está leyendo la guerra de mis pensamientos, que está sintonizando de algún modo esta guerra sin vencedor y sin vencido, que estoy teniendo en este corto trayecto de Castelldefels a Barcelona, y que no servirá para sanar a Carla.

¡Pasajeros del tren!… Próxima estación: Paseig de Gracia.

Juan Ramón Córdoba. 25 de marzo del 2009.

1 comentario:

  1. Por desgracia hay muchas Carlas en nuestra sociedad como tambien hay Carlos. Escaparates con maniquíes rectos sin curvas. Que me recuerda aquellos que decía mi madre que fue modista. Mira a esta chica es fácil vestirla coges una funda de almohada y dos agujeros para las mangas y ya tiene un vestido. Y otro mal es tambien la obesidad por tanta comida basura. Pero la moda y los precios mandan. Comer en unos de estos restaurantes de comida basura cuesta barato comer en un restaurante con comida de cocina es impensable para casi todos los ciudadanos pues los precios son prohibitivos

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