martes, 12 de septiembre de 2017

PUDOR Y VERGÜENZA

Nonea vesicaria. Vergonzosa o hierba del traidor

En memoria de Mario Bunge

Por pudor se entiende la emoción o el sentimiento de malestar que nos produce la exhibición de lo que creemos debe mantenerse oculto o en secreto. En general, puede entenderse como el temor a la presencia o mirada ajena, o a exponerse a ella.

El pudor, que es un tipo primitivo de vergüenza, es un ejemplo interesante de cómo las costumbres definen el contenido de los sentimientos y emociones más genuinas. Los señores romanos no tenían el menor inconveniente en concertar negocios mientras compartían letrinas. En el siglo XVIII no era “educado” mostrarse desnudo ante personas de respeto, pero uno podía desnudarse delante de un criado sin sentir pudor.

Hubo un tiempo en que era indecente hablar de uno mismo; hoy, sin embargo, nadie parece sentir pudor en hacerlo, e incluso hay quien alega como mérito el haberse acostado con un “famoso” o una “famosa”… ¡sin el menor pudor! La mayoría de las mujeres de la generación de mi abuela no mostraban sus carnes al marido, ni siquiera en la intimidad. La cópula sólo estaba bien vista si se producía dentro del matrimonio, en el que alcanzaba carácter más sacramental que erótico, ¡a oscuras y a través del agujero del camisón!

En su Diccionario de los sentimientos (1999), escrito con Marisa López Penas, J. A. Marina distingue entre pudores masculinos y pudores femeninos. El pudor de los sentimientos se suele considerar masculino, mientras que el pudor corporal predomina en la mujer. Ártemis, diosa virgen, castigó a Acteón a ser devorado por sus propios perros por haber visto, ¡involuntariamente!, a la diosa mientras se bañaba. Es verdad que resulta difícil imaginarse a Apolo –hermano de Ártemis- tapándose el sexo con la mano como hace la Venus de Médicis.

Debemos respetar el pudor ajeno porque es un mecanismo natural de defensa y atracción. Protege la intimidad a la vez que revela su aprecio inalienable.

En efecto, sabemos desde antiguo que la técnica y el arte no resultan suficientes ni para sobrevivir, ni para vivir bien con dignidad y alegría, que nos es necesaria la vergüenza: por vergüenza evitamos hacer lo indebido, aunque nos guste; la vergüenza nos ayuda a aceptar el orden social y sus normas, aunque nos disgusten. Sin orden social no sería posible la armonía y cooperación entre personas diversas, que hacen posible el progreso de los humanos en nuestros pueblos y ciudades.

En un artículo aparecido en la prensa de los años 90, el filósofo Mario Bunge se preguntaba si estaría en decadencia la vergüenza. Antes la gente se avergonzaba de muchas cosas que hoy pasan por “naturales”. La gente se avergonzaba si contraía enfermedades venéreas, mientras que hoy los enfermos de Sida salen a la calle reclamando fondos para investigación o exigiendo que no se les discrimine. Homosexuales y lesbianas han ocultado durante muchos siglos sus preferencias sexuales (incluso a sí mismos), tanto por temor a las sanciones sociales como por pudor. Hoy celebramos el día del orgullo gay. Los pobres se avergonzaban de serlo; los parados, también. Hoy pensamos que no hay por qué avergonzarse si uno queda desocupado sin culpa. Las madres solteras se avergonzaban de serlo; hoy son muchas las mujeres que deciden voluntariamente la inseminación artificial para ser madres y criar a sus hijos solas.


Mario Bunge (1919-2020)


Los jóvenes hoy se avergüenzan de sus padres, de sus ropas, ideas y hábitos anticuados. Se avergüenzan de sacar la basura o separar los envases frente al contenedor, pero no se avergüenzan de pillar borracheras –próximas al coma etílico- en plena calle. Ningún buen padre, sin embargo, se avergüenza de sus hijos. Puede que les tengan lástima si no los ven felices, pero tienen que portarse muy mal para que se avergüencen de ellos. Los hijos pueden darse el lujo de ser intolerantes; los padres, no. La intolerancia de los hijos es parte de su proceso de emancipación, que a su vez es parte de su desarrollo. Los padres fueron los primeros maestros de su vergüenza: “¡Qué vergüenza, te has hecho pis en la cama!” “¡Qué vergüenza, todavía no has aprendido la tabla del cuatro!”

La vergüenza es un freno a la conducta antisocial y por lo tanto un mecanismo de convivencia y de cohesión social imprescindible. El propósito educativo ha de ser enseñar a avergonzarse por violar una buena norma de conducta, no por desobedecer una convención infundada. La desvergüenza tiene que hallar también sus límites. Para Mario Bunge, es preciso encontrar una vía media entre el avergonzamiento excesivo de las culturas tradicionales y la desvergüenza total de ahora, porque si el primer extremo paraliza, el segundo da rienda suelta al egoísmo y con éste a la disolución de los vínculos sociales.

La vergüenza resulta por ello una emoción imprescindible, que está en la base de la urbanidad y las costumbres civilizadas. Por eso llamamos “sirvengüenza” al que carece de escrúpulos morales, al que busca su propio bien de modo egoísta, sin importarle para nada el bien común, lo que conviene a todos los demás.

El pudor en las relaciones sentimentales y amorosas es una emoción ambigua, por una parte, manifiesta una reserva pero, por otro lado, en sus expresiones faciales, estimula el acercamiento y hace más atractivo/a a quien lo sufre, muchas veces sin quererlo ni darse cuenta… Ya lo dice la canción: “Aunque parezca mentira/ me pongo colorada/ cuando me miras/ me pongo colorada…”

Cuestionario

1. Distinga el pudor y la vergüenza y sus síntomas físicos.
2. ¿Qué relación guarda el pudor con el temor o con el miedo?
3. ¿Cambian los pudores con el tiempo histórico y con la edad? Ponga ejemplos distintos de los que ofrece el texto.
4. ¿Cree usted que hay pudores masculinos y pudores femeninos?
5. ¿Cree que son vergonzosas las enfermedades venéreas?
6. ¿Cree que hay que avergonzarse por sentir inclinaciones homosexuales?
7. ¿Es vergonzoso ser madre soltera?
8. ¿Por qué son necesarios la vergüenza y el pudor?
9. Explique cuál es el signicado ético de la palabra “sinvergüenza”. Ponga ejemplos.
10. ¿Cree usted como Mario Bunge que está en decadencia la vergüenza?
11. ¿Por qué sienten vergüenza los hijos de los padres? ¿Y los padres de los hijos?
12. ¿Cómo debemos contralar educadamente la vergüenza?
13. Dibuje una tabla con conductas que deberían avergonzarnos y con otras que no.


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